jueves, 2 de febrero de 2012

Purpurio Nevalainen.

Era un día oscuro. El fuerte viento azotaba una solitaria colina cercana a Robleda. La lluvia caía sobre una figura empapada hasta los huesos. Con una pala rellenaba lo que sería el lugar de descanso de su esposa para toda la eternidad. Junto a él, en un canasto empapado, un bebe sollozaba con fuerza. El hombre dejó la pala a un lado, se alejó unos metros hasta una zona arbolada, rebuscó por el mojado suelo hasta encontrar dos ramas con las que formó una cruz que clavó en el montículo de tierra y barro. Durante unos segundos, su rostro serio no dejó entrever sentimiento alguno, pero finalmente, sucumbió; arrodillado entre el barro, las lágrimas se mezclaron con la lluvia. Tras minutos, o quizás horas, consiguió el aplomo suficiente para levantarse. Por un momento, la idea de dejar el canasto en aquel lugar tomó fuerza, pero no pudo hacerlo. Era su hijo, y quizás él no pudiera darle la vida que se merecía, pero sabía donde podrían darle una vida mejor.


Volvió a Robleda. Atravesó la puerta de las colinas, los soldados de la entrada bajaron la cabeza al verle pasar, Luvenius Nevalainen había sido su capitán durante más de 10 años. El antiguo capitán de la guardiaavanzaba por las mojadas calles de Robleda con paso firme, sujetando el canasto como si de un otro bulto cualquiera se tratase. Pasó junto a la enorme capilla dedicada al dios de la guerra Velex. Un par de banderas ondeaban con fuerza mostrando el símbolo de la orden, dos espadas cruzadas formando una “V”. Un sentimiento de rabia invadió su cuerpo, pero quiso pensar en su hijo, pidió con fuerza que no se convirtiera en un guerrero como lo había sido él. Siguió por las calles de Robleda, todo el que se cruzaba con él bajaba la cabeza, nadie se atrevía a mirarle a los ojos. Finalmente se detuvo ante uno de los edificios más extraños de toda Robleda. Imposible decidir si el enclave actual fue antaño un castillo erigido para servir como tumba, como fortaleza, como palacio o como templo. Luvenius golpeó con fuerza la enorme puerta de madera que daba acceso al lugar. Un joven vestido con una larga túnica marrón abrió la pesada puerta, lucía el símbolo de la orden del libro.

-Por favor, pase, ¡está empapado!- Dijo el joven.

-No.- Respondió Luvenius. El joven se quedó mudo, no sabía que decir, pero no hizo falta, Luvenius continuó.

-Nunca entré en este lugar. Los sacerdotes de Velex nunca lo hubieran visto con buenos ojos. Sé que sois gente sabia, enseñasteis a los agricultores como mejorar sus cultivos, aconsejabais a reyes y dirigentes. Seguro que vosotros podréis darle una buena vida.

Tras la última palabra, sin esperar respuesta alguna, dejó el canasto ante el joven, dio media vuelta y desapareció entre las calles de Robleda.

Pasaron los años, y el bebe al que llamaron Purpurio creció demostrando una notable inteligencia. No tardó en dominar el arte de la escritura, y más tarde Sanserus, un mago de la orden, viendo las posibilidades del chico, decidió educarle en las artes arcanas, donde Purpurio destacó notablemente. La orden le había ofrecido una vida de sabiduría y conocimiento, y por alguna razón, Purpurio sabía que ese era el camino que sus padres hubieran querido para él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario