jueves, 2 de febrero de 2012

Furio

El pequeño Frey nació enfermo. Desde muy pequeño, todos los días, debía acudir a casa de Erwin Musgoplata a tomar unas extrañas y malolientes infusiones. Furio acompañaba cada día a su pequeño hermano hasta la casa del alquimista, quien contaba al pequeño Frey historias de poderosos magos mientras le preparaba las infusiones. A Furio nunca le gustaron esas historias, prefería las historias de espadas, combates y poderosos guerreros cazadores de dragones.

Frey caminaba pesadamente, no podía correr, nunca jugaba con el resto de niños, pero Furio siempre estaba a su lado. Un día estaban en la plaza al sol. Furio jugaba con un palo como si fuera una enorme espada, Frey tenía varias piedras de diferentes tamaños, y un trozo de carboncillo con el que hacía extraños dibujos en el suelo, al parecer, era un divertido juego que Erwin le había enseñado, pero Furio no veía nada de divertido en aquel aburrido juego. Un hombre vestido con una túnica marrón con la forma de un libro abierto bordada en la espalda que cruzaba la plaza se detuvo mirando a Frey. Al poco se le acercó con interés. Furio se percató de que el hombre se acercaba a su hermano, con dos grandes zancadas se interpuso entre ambos levantando el palo en alto.

-Tranquilo amigo, no quiero problemas.- Dijo el Hombre. - Me gustaría hablar con tu hermano Frey.

-¿Conoces a mi hermano? - Preguntó Furio.

-Sí me conoce. -Respondió Frey. - Es amigo de Erwin, nos conocimos en su casa.

Furio bajó el palo de mala gana.

-Veo que conoces la escritura.- Prosiguió el hombre. - En el Enclave tenemos varios libros que quizás pudiera interesarte leer. Cuando te apetezca ven a vernos, estaremos encantados de enseñarte nuestra biblioteca.

Frey quiso ir esa misma tarde, pero Furio le recordó que habían prometido ir a ver a su padre a la tienda donde trabajaba, para ayudarle con el inventario. Así que, después de comer, salieron temprano. Cuando se aproximaban, una multitud frente a la puerta los alarmó, varios jinetes de la guardia pasaron junto a ellos a toda velocidad, Furio tuvo que apartar a su hermano para evitar que le arrollasen. Los comentarios de la multitud no pasaron desapercibidos para los hermanos: “un ladrón con una capucha negra y una daga”, “muchísima sangre en el suelo”, “pobre hombre”...

Furio se olvidó de su hermano durante un momento, apartó a la gente a empujones, y cuando consiguió entrar en la tienda pudo ver al capitán de la guardia junto a varios guardias alrededor del cuerpo ensangrentado y sin vida de su padre.

Un par de meses después, la madre de Furio cayó enferma. No pudo soportar la muerte de su marido, perdió el apetito, y finalmente, murió. Los dos hermanos se quedaron solos. Una mañana, Frey quiso hablar con su hermano:

-Siempre me has cuidado bien, hermano. Ya soy mayor, he aprendido a crear mis propias infusiones, y aunque mi cuerpo es débil, mi mente es rápida y está llena de deseos de aprender. Ahora que madre nos ha dejado, nada nos obliga a seguir en esta casa. Lo he pensado mucho. Los sabios de la orden del libro necesitan personas para enseñar a los demás. Mis conocimientos serán útiles. No creo que pueda encontrar mi sitio en ningún otro lugar. Estas piernas no me lo permitirán. Sé que no te gustan los libros, pero en la orden, buscan personas de corazón inquieto que quieran partir en busca de objetos y conocimientos. No todos los integrantes de la orden son sabios, alquimistas o magos, también hay fuertes guerreros que les ayudan en su búsqueda y los protegen. Hermano, nada me haría más feliz que estuvieras a mi lado.

Furio no se lo pensó dos veces. Frey había sido toda su vida, y por el momento, lo seguiría siendo.

- Me uniré junto a tí a esa orden.- Respondió Furio -pero espero que no tener que vestir esa estúpida túnica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario